Hormigaz

Si alguna vez alguien me preguntase con qué animal me identifico, sin dudarlo responderías que con una hormiga. Las hormigas son seres muy extraños. Desde bien pequeñas, están acostumbradas a salir de su hormiguero, lanzándose por todos los caminos en busca de comida, o de aventuras. En ocasiones, no es raro encontrarse con grupos de hormigas que coinciden en sus caminos, y entonces es posible verlas en fila, andando todas de una en una, pero juntas. Si una de ellas está en peligro, las demás la socorrerán o caerán con ella; si una desfallece, las otras la cargan y la llevan hasta el hormiguero. Porque el hormiguero, unido, jamás será vencido.

Así, una vez, tuve la suerte de dar con un grupo de esas valientes hormigas. Caminaban juntas, sí, recorriendo parajes llenos de molinos que, claro está, a ojos de las hormigas parecían gigantes. Puede ser que también estas hormigas tengan algo de Don Quijote, que luchen, locas como ellas solas, por hacer del mundo un sitio mejor. Y puede que esas hormigas, que una vez conocí en un rincón de La Rioja, tuviesen ellas solas la fuerza para mover el aspa de un molino con la que prensar el vino que aquel año bebieron, entre risas y rutas, hasta Leiva y más allá, con los héroes del baloncesto posando con la pañoleta. Las hormigas tienen una extraordinaria resistencia. De hecho, alguna vez han caminado entre lobos, sin temer al frío, porque en Burgos el verdadero peligro estaba en el Conejo Extremo, y en un disco capaz de recordarte lo importante de los sentimientos, una guitarra que suena rasgada en la noche, iluminados por un fuego que no quema. Tampoco al agua temen las hormigas, pues fueron capaces de cruzar todo un océano para llegar hasta el país-donde-nunca-se-pone-el-Sol, a hablar en idiomas que desconocían, a beberse con los ojos a la Naturaleza salvaje, a cantarse y contarse que vivirán para repetir otra vez ese momento. La última vez que las vi, las hormigas, trece, caminaron por Portugal, recorriendo playas de ensueño, soñando con la hormiga que veían a su lado sonriendo, llorando de alegría ante cualquier peligro o contratiempo. Fue ahí cuando pensé que me gustaría ser una hormiga.

Si alguna vez alguien me preguntase con qué animal me identifico, y yo, sin dudarlo respondiese que con una hormiga, también le daría una explicación. Diría que, una vez, siendo niño, junto a los compañeritos de la escuela, nos pusimos a echar fósforos encendidos en un hormiguero. Todos disfrutaron mucho de este sano esparcimiento infantil; pero a mí me impresionó algo que los demás no vieron o hicieron como que no veían, pero que me paralizó y me dejó, para siempre, una señal en la memoria: ante el fuego, ante el peligro, las hormigas se separaban en parejas, y de a dos, bien juntas, bien pegaditas, esperaban la muerte. Las hormigas son seres muy extraños, pero me encanta haber vivido con ellas estos cuatro años.

2 comentarios:

Delia dijo...

Los pelos acostaos...
He tenido que volver a leerlo con detenimiento porque ayer entre lágrimas se me escaparon algunas cosas.
Es muy bonito Pas, gracias de verdad.

Rondador dijo...

Gracias a vosotros, Delia, por compartir cuatro años, y llenarlos de emociones, sensaciones y sentimientos; por hacer que Portugal suene a magia, y por querer seguir siempre jugando. Os echaré de menos, pero sonriendo, siempre sonriendo. Un beso.